DOMINGO DE PASCUA, ¡EL SEÑOR HA RESUCITADO!
Queridos hermanos,
¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!
Sin duda este es el acontecimiento más importante de nuestra fe.
Y porque Cristo ha resucitado no es falsa nuestra esperanza,
Porque Cristo ha resucitado, sé que ningún dolor se pierde,
Porque Cristo ha resucitado, mi existencia se puede convertir en testimonio de vida para otros,
Porque Cristo ha resucitado, cada persona refleja la mirada sagrada del Creador.
Porque Cristo ha resucitado, su enseñanza es verdadera y razón de seguimiento.
Porque Cristo ha resucitado, puedo tratar con Él como con una persona viva, y sentir su mirada en la mía, reflejo de su rostro amigo.
Porque Cristo ha resucitado, sé que no estoy solo, que Alguien siempre me acompaña.
Porque Cristo ha resucitado, puedo comprender que perder es ganar; morir es vivir; servir es amar.
Si Cristo no hubiera resucitado, si nosotros no creemos de verdad en su resurrección y en la nuestra, de nada nos valdrá su nacimiento, su vida y su muerte. Así nos dice san Pablo en su carta a los hermanos de Corintios: “Si Cristo no está resucitado, y si nosotros no resucitamos, nuestra fe no tiene sentido, nuestra predicación es inútil..., y nuestros pecados no han sido perdonados”. 1 Cor. 15, 14-16.
Si no creemos en Jesús Resucitado presente aquí y ahora, estamos prescindiendo de Él, que es quien nos habla en la predicación, es quien perdona nuestros pecados, es el que instituyó y preside la Eucaristía y los demás sacramentos, y es él, el destinatario de nuestra oración, de nuestra esperanza.
Con Cristo la muerte ya no es una fatalidad sino la puerta triunfal a la vida eterna.
+En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén.
Oración
¡Señor Jesucristo, hoy tu luz resplandece en nosotros, fuente de vida y de gozo! Danos tu Espíritu de amor y de verdad para que, como María Magdalena, Pedro y Juan, sepamos también nosotros descubrir e interpretar a la luz de la Palabra los signos de tu vida divina presente en nuestro mundo y acogerlos con fe para vivir siempre en el gozo de tu presencia junto a nosotros, aun cuando todo parezca rodeado de las tinieblas de la tristeza y del mal. Te lo pedimos a Ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos, amén.
Evangelio de San Juan, 20,1-9
El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
Gloria a Ti Señor, Jesús.
Reflexión
Como lo describió Benedicto XVI, la resurrección fue como una explosión de luz, un evento cósmico que unió el cielo y la tierra. Pero, y, sobre todo, fue una explosión de amor. Nos condujo a una nueva dimensión del ser, a través de la cual un nuevo mundo emerge. Es un salto en la historia de la evolución, y de la vida en general, hacia una vida futura, hacia un nuevo mundo que, comenzando con Cristo, se sigue infiltrando en este mundo nuestro, transformándolo y renovándolo. La resurrección nos une con Dios y con los demás. Si vivimos en esta forma, transformaremos el mundo.
“Proclamamos le resurrección de Cristo”, dice el Papa Francisco. “cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia, y somos capaces de compartirla con otros; cuando sabemos cuándo sonreír, y cuando llorar con los que lloran; cuando acompañamos aquellos que están tristes y en peligro de perder la esperanza; cuando relatamos nuestras experiencias de fe a los que están buscando su significado y su felicidad… y ahí, con nuestra actitud, con nuestro testimonio, con nuestra vida, con nuestra alma, decimos: “Jesús ha resucitado”
Reflexionemos
· ¿Qué quiere decir concretamente, para nosotros, "creer en Jesús Resucitado"?
· ¿La resurrección es sólo propia de Jesús o es verdaderamente el fundamento de nuestra fe?
Queridos hermanos de nuestra comunidad educativa, con profunda fe confiemos en el Señor, y pidamos su intercesión para que pronto pasé esta pandemia que tan inseguros y preocupados nos tiene, y así como el apóstol Juan que creyó, creamos también nosotros en su infinito amor.
Hacemos comunión en nuestra oración pidiendo por todos los miembros de nuestra familia vicentina.
*Rezar un Padre Nuestro y un Ave María.
Oración final
Jesús, qué difícil es dejar a un lado las dudas, los temores, las inquietudes, para lograr el silencio interior necesario para escucharte en la oración y para ser protagonistas en la acción. Por eso hoy, que nos ponemos ante tu presencia, te pedimos que nos ayudes a quitar todo lo que pueda ser factor de distracción entre tú y nosotros y que nos permitas ser agentes al servicio de tu amor compartiendo la paz, la alegría y la amistad. Te lo pedimos a ti, que eres Dios, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Pidamos la bendición
Dios Padre, que por la resurrección de su Unigénito
nos ha redimido y nos ha dado la gracia de la adopción filial
nos colme con el gozo de su bendición. Amén.
Cristo, que por su redención nos obtuvo la perfecta libertad,
nos conceda participar de la herencia eterna. Amén.
Y nosotros, resucitados con él en el bautismo por la fe,
por medio de una vida santa
podamos llegar a la patria celestial. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
descienda sobre nosotros, nuestras familias,
y permanezca para siempre. Amén.